Un día decidí darme por vencido, renuncié a mi trabajo, a mi relación y
a mi vida. Y en ese camino me fui al bosque a buscar un anciano que
según decían era muy sabio.
Cuando lo encontré le pregunté ¿me podrías dar una buena razón
para no darme por vencido? El anciano con gran tranquilidad y paz me
preguntó ¿ves el helecho y el bambú?
Y continuó: cuando sembré el helecho y el bambú lo hice con mucho
cuidado y dedicación. A los pocos meses el helecho creció verde y
cubrió el piso con sus hojas, sin embargo, el bambú no creció nada,
pero no renuncié al bambú.
Al segundo año, el helecho creció más vigoroso y verde y el bambú
nada, a pesar de mis cuidados, pero no renuncié al bambú.
Llegó el tercer año y el bambú no crecía nada, pero no renuncié a el.
Llegó el quinto año y por fin apareció un pequeño brote del bambú, era
tan pequeño y frágil en apariencia, que se veía insignificante al lado
del helecho.
El sexto año, el bambú creció 20 metros de altura, fuerte y vigoroso.
Se había demorado cinco años en echar raíces para sostenerlo y
nutrirlo.
Luego, el anciano me miro con mucha paz y me preguntó: ¿sabías
que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado
echando raíces?
El bambú y el helecho tienen un propósito diferente, pero ambos son
necesarios y hacen del bosque un lugar hermoso.
Y concluyó mirándome con infinita paz y sabiduría: nunca olvides que
la felicidad te mantiene dulce. Los intentos que haces te mantienen
fuerte. Las penas te mantienen humano. Las caídas te mantienen
humilde. Y los éxitos te mantienen brillante.
Esta fábula oriental nos hace valorar la paciencia y renueva la fe que
debemos tener en nosotros mismos.
Si no estás consiguiendo lo que anhelas, ten paciencia, no
desesperes, quizás solo estés echando raíces.